Tuesday, December 25, 2007

FOTOGRAFÍA Y POSMEMORIA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Dice Milorad Pavic, en esa maravillosa novela que responde al nombre de Paisaje pintado con te, que el pasado siempre está a punto de ocurrir. En Tiempo pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Beatriz Sarlo argumenta que “el regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente”. De ahí que el tiempo propio del recuerdo sea, precisamente, el presente: “es el único tiempo apropiado para recordar, y también el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio”. Tal vez pocos artefactos como las imágenes fotográficas transmitan con tanta convicción –con una convicción, eso sí, paradójica– ese estar-a-punto-de que caracteriza a lo que, habiendo sido, sigue siendo. En efecto, son pocos los elementos fragmentarios, y una fotografía de suyo lo es, que convocan, con tanta naturalidad, diríase que hasta con urgencia, la continuidad de un relato. El que ve un retrato, se apropia de una historia porque su mirada, lo quiera o no así, la reaviva, continuándola. El que ve, no se transporta hacia el pasado sino que, tal como lo sugieren Pavic y Sarlo, traen ese pasado a colación en el presente. Tal vez pocos objetos nos conviertan, a través de una acción tan aparentemente inocua como ver, en sus cómplices. El que ve un retrato, se implica.

Hace más o menos un año recibí una invitación por parte de José Rojas Loa para participar, junto con los historiadores Cristina Sacristán y Andrés Ríos, en la presentación de una serie de fotografías del Manicomio General, comúnmente conocido como La Castañeda, la institución inaugurada en 1910 con bomba y platillo por el entonces presidente Porfirio Díaz, como primer acto de las celebraciones del centenario de la independencia de México. No tendría que explicar pero explico que la invitación se relacionaba a los muchos años que, en mi faceta de historiadora, he pasado leyendo e interpretando material textual y fotográfico del dicho manicomio. Mi relación con la institución, quiero decir, no es personal. Nunca fui, que yo sepa, una de las internas que ven hacia la lente de la cámara fotográfica con azoro o estupefacción o indiferencia. De haber sufrido de algún desajuste mental, mis ancestros lidiaron con esas condiciones en el extra-muros del mundo de la provincia norte. Nunca visité a interno alguno en sus pabellones y ni siquiera entretengo, como tantos otros, historias o macabras o divertidas sobre los avatares de La Castañeda en el barrio de Mixcoac –hoy por hoy una zona en la que la locura más cotidiana es, como en toda la ciudad, el tráfico. No soy integrante, quiero decir, de esa segunda generación que, a decir de Marianne Hirsch, podría hacer de mí, al ver las fotografías de La Castañeda, una agente de la posmemoria.

Y, sin embargo, después de esos muchos años que he pasado leyendo con cuidado expedientes y oficios, y observando en obsesivo detalle fotografías y retratos del manicomio, es del todo difícil asegurar que mi relación con la institución no es personal. Menciono todo esto porque en la discusión que Beatriz Sarlo anima contra el concepto de posmemoria acuñado por Hirsch –un término que a Sarlo no sólo le parece narcisista y redundante sino también carente de toda eficacia teórica– la pensadora sudamericana acota que la única especificidad de la así llamada posmemoria no es su supuesta naturaleza mediada y lacunar, vicaria o abierta, sino más bien el grado de implicación subjetiva del sujeto que, desde el presente, y más específicamente desde posiciones concretas de clase y género de su presente, invoca o busca, o invoca por el sólo hecho de buscar, ese pasado. Dice Sarlo en un ejemplo que involucra testimonios de hijos de hombres y mujeres desaparecidos durante la dictadura militar: “Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que diferencia la búsqueda de los restos de un padre o una madre desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la justicia en términos generales… [s]implemente se habrá elegido llamar posmemoria al discurso donde queda implicada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su padre, de su madre, o sobre ellos”.

Vuelvo a las fotografías de la Castañeda, a esas imágenes que he visto una y otra vez con la clase de “intensidad subjetiva” que produce el extraño reino del Como-Si. No soy nada de ellos, en efecto, pero cada mirada me ha convertido con el paso de los años en la hija o nieta o, en todo caso, la cómplice de una experiencia que, en sentido literal no me pertenece, pero que en el sentido político de todo lo que acontece, debería. Cuando veo las imágenes y, más aún, cuando las llevo a presentaciones varias, a charlas que responden a títulos como “El manicomio y la ciudad: la modernidad mexicana desde la locura”, la intención es, sin duda, extender el extraño reino del Como-Si a unos espectadores que disfrutan o padecen, según sea el caso, un presente que es consecuencia directa, pálpito, continuación de los rostros y las rejas y el dolor del manicomio. En el reino del Como-Si, entonces, soy algo de ellos, y lo eres tú. La experiencia no es nuestra, pero la elección, la intensa elección subjetiva, que es, y Sarlo tiene razón en esto, profundamente política, nos produce como la posmemoria de la Castañeda. Intrigante inversión de términos.

--crg

Friday, December 21, 2007

DEFINICIONES DECEMBRINAS

DOLOR NORUEGO: Dícese del enorme pesar, de la agonía sin nombre, de la pesadumbre malsana que embarga al doliente cuando, por ejemplo, se ve obligado a declinar una invitación para ir a Noruega porque, no hay de otra, tiene que quedarse en Paris, con su novio. !De verdad que el mundo es un lugar injusto y pueril!

!Ay, dolor noruego, ya me volviste a dar!

SOLSTICIO DE INVIERNO: Dícese del pretexto estacional para celebrar todo lo celebrable en La Mismísima Casa del Dolor Noruego. Cfr. Altísmas Tierras Altas.

FERMENTACIÓN D.N.: Dícese del delicadísimo proceso a través del cual el Dolor Común y Corriente se transforma en El Dolor Noruego.

PULQ: Dícese del shot de bebida espirituosa que se obtiene a través de la fermentación (cfr. fermentación D.N.) consumido en compañía de vendededoras ambulantes y curanderas-sobadoras en esquina de Pueblo Claramente Ripsteiniano mientras se platica obsesivamente sobre todos y cada uno de los casos de Dolor Noruego conce(be)bibles.

EL CHAMAQUERO: (v. tr) Dícese del último shot de pulq antes de ir al sitio donde duermen dos y amanecen tres. Cfr. Peligros del Dolor Noruego.

CABALLO BLANCO LEVITANDO SOBRE COLINAS AZULES: Dícese del efecto visual provocado por una serie de shots de pulq.

--crg

Tuesday, December 18, 2007

EL INCONSCIENTE ÓPTICO

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

¿Qué es lo que verdaderamente hacemos cuando sonreímos, nos arreglamos el cabello y, viendo directamente hacia la lente de la cámara, inclinamos el cuerpo o estiramos el cuello para asegurarnos de que quedaremos dentro de ese rectángulo, hasta ese momento puramente imaginario, que después se convertirá en la fotografía del nosotros? Un acto en apariencia cotidiano y, por lo tanto, inocente o, peor aún, insulso, adquiere dimensiones intrigantes, tanto a nivel histórico como teórico, en Family Frames: Photography, Narrative and Postmemory, el muy famoso libro en el que Marianne Hirsch acuñó un concepto, el de posmemoria, que ha dado lugar a no pocas polémicas en el ámbito de los estudios culturales. Según Hirsch, las fotografías familiares tienen la virtud, o el peligro según se vea, de provocar y manifestar al mismo tiempo la cohesión de los núcleos familiares, constituyendo simultáneamente una crónica de sus ritos así como el objetivo central de los mismos. No sería del todo descabellado pensar, luego entonces, que muchas de las reuniones familiares en las que participamos se llevan a cabo sobre todo para tener la oportunidad de producir las fotografías a través de las cuales la idea y la práctica de la familia se vuelven no sólo palpables sino también “naturales”.

Si éste fuera el único alcance —un alcance de suyo hegemónico— de la fotografía de las familias, sería difícil explicarse cómo es que estas imágenes repetitivas y consabidas, trilladas e ineluctables, logran enternecer o emocionar a quienes las conservan en álbumes o cajas —artefactos celosamente guardados en sitios especiales del hogar— sólo para tener la oportunidad de compartirlas (con frecuencia a la menor oportunidad), de volverlas legibles ante los ojos del extraño que se aproxima. Así las cosas, es de sospecharse que hay más. Según Hirsch, ese más empieza por localizarse justo en el punto de articulación entre el mito de la familia y su, con frecuencia contrastante, realidad. Y de ahí parte hacia ese aspecto de la relación familiar que con frecuencia pasa desapercibida: “las maneras en que el sujeto individual es construido en el espacio de la familia a través de la práctica de la mirada”. A través del encuadre y la luz, con la complicidad de la pose y la contribución del azar, la fotografía familiar descubre, pues, una cierta interacción visual que por cotidiana suele volverse transparente, es decir, invisible, pero que emerge con singular fuerza en lo que Benjamín denominara como el inconsciente óptico, al cual nos da acceso la cámara fotográfica.

Así entonces, lo que termina llamando la atención de muchas de esas imágenes no es lo que conocemos de las personas que mejor conocemos, sino lo que, de repente, lo que gracias al obturador y al flash, ha quedado detenido dentro del recuadro de la fotografía sin que el fotógrafo o el fotografiado tengan plena conciencia de ello. Lo que la fotografía nos brinda es, luego entonces, el punto ciego de la relación familiar, esa zona de ininteligibilidad que provoca sorpresa o miedo, suspicacia, rechazo, amor. La lista de ejemplos podría ser larga: la inclinación del cuerpo que, literal, delata una inclinación no expresada o apenas intuida; la mano que, cerrada sobre un hombro, manifiesta o terror o mesura o incredulidad, o todas las anteriores; la vena yugular que, exaltada, prefigura conflictos que, desde el futuro, que es el punto de vista del que ve la foto, parecen naturales; el calzado que, gastado o sucio, delata la buscada falsedad de las ropas de fiesta. “Las miradas que intercambian los miembros de la familia se localizan en puntos específicos: son pues locales y contingentes”, asegura Hirsch, “son mutuas y reversibles; y están atravesadas por el deseo y por la falta”.

Acaso sea por eso que ver fotografías, incluso fotografías tan predecibles como las de las familias, siga siendo un ejercicio que con facilidad nos lleva a concluir, junto con el Roland Barthes de Camera Lucida, que la fotografía, más que un arte, es en realidad pura magia: lo que está ahí, impreso en papel, aunque más frecuentemente latiendo en la pantalla, no es una reproducción sino una emanación del referente que nos transmite el pálpito ése de su haber-estado-ahí y la melancolía de su ya-nunca-estar. Acaso sea por eso que no pocos puedan pasar horas enteras observando fotografías con el cuidado y la paciencia del que busca lo que no sabe que ya es: la cara de sí mismo en forma de la del extraño que se aproxima.

--crg

Sunday, December 16, 2007

CON MARGUERITE EL 29 DE AGOSTO



Que había platicado con Marguerite el 29 de agosto, me dijo. Todo bien. Los mismos acuerdos y los mismos silencios de siempre. Uno se acostumbra a eso, aseguró. Que hubo flores. Fue un día de mucho sol en Paris. Que supuso que la piedra la había colocado ahí él apenas un par de horas antes (fíjate en la lozanía de la rosa, señaló). Que apareció una abeja, dijo, una abeja que interpretó como un jeroglífico. Un pedazo de tu historia natural, añadió. Es la misma que zumba ahora dentro de tu oído derecho, susurró: así se escribe la primera palabra. Que todo bien, insistió.

--crg

Saturday, December 15, 2007

A NATURAL HISTORY OF YOU (reading On Creaturely Life: Rilke/ Benjamin/ Sebald by Eric L. Santner)

Natural history, as Benjamin understands it, thus points to a fundamental feature of human life, namely that the symbolic forms in and through which this life is structured can be hollowed out, lose their vitality, break up into a series of enigmatic signifiers, "hieroglyphs" that in some way continue to address us--get under our psychic skin--though we no longer possess the key to their meaning.

fist on right shoulder: the photographic medium is privileged in this work at least in part because it seems to function as a unique locus of commerce with the dead (or rather, with the undead)

(being "in the midst" of history means, in large measure, being in the midst of the labor of reconstructing history, a history that is in turn transmitted in fragmentary fashion and along mulitple "channels". The narrator of Sebald´s works is crucial for this reason: he is forever exposing himself to the fragments and traces of other lives--traces often available only in objects, in bits of "material culture"--and to the enigmatic address that issues from them)

seeing photographs for days

So Rilke said: I am learning to see. I don´t know why it is, but everything enters me more deeply and doesn´t stop where it once used to. I have an interior that I never knew of. Everything passes into it now. I don´t know what happens there.

In The Meridian, Celan said: The attentiveness a poem devotes to all it encounters, whith its sharper sense of detail, outline, structure, color, but also of "quiverings" and "intimations"--all this, I think, is not attained by an eye vying (or conniving) with constantly more perfect instruments. Rather, it is a concentration that stays mindful of all our dates.

the natural prayer of the soul: attentiveness
the natural prayer of the voice: nameness

(traumatic epiphany:
this "attunement" pertain to something
spectral,
to traces of life no longer there,
which for that very reason seem to have acquired a more radical
and disturbing quality
of "thereness" whose impact is
experienced as
traumatic).

We are as it were, in proximity to the "neighbor" when we have entered the enigmatic space of his or her huntedness. What is at issue in such proximity is, in other words, not empathy in the usual sense. One is not somuch trying to see the world from someone else´s point of view as trying to register the blind spots of that point of view and to unpack the stresses condensed in this blindness.

apocalyptic darkenings
cringe body
poetics of exposure
stubborn life of rooms
mythic violence
agape:
our history with photographs

melancholoy would be not so much the regressive reaction to the loss of the love object as the imaginative capacity to make an unobtainable object appear as if lost.

a. (For Sebald too, natural history has a manic dimension, a dimension testifying to the peculiar sort of animation I have referred to as "undeadness").

b. (the dimension of undeadness, the space between real and symboilc death, which I take to be the ultimate domain of creaturely life)

c. (creature is not so much the name of adeterminate state of being as the signifier of an ongoing exposure, of being caught up in the process of becoming creature through the dictates of divine alterity)

We take almost all of the decisive steps in our lives as a result of slight inner adjustments of which we are barely concious (Austerlitz, 134/193)

ubiquitous role of chance and coincidence
mutual exposure
traumatic epiphany
spectral materialism
natural history: a form of life becoming manifest as a decomposing corpse
(an archive of creaturely life: captured inside the hand that has become a fist lives the body touched by the fist when used to be hand)

narrative effort: no matter how often I tell myself that chance happenings of this kind occur far more often than we suspect, since we all move, one after the other, along the same roads mapped out fur us by our origins and our hopes, my rational mind is nonetheless unable to lay the ghosts of repetition that haunt me with ever greater frequency

definitions ought to be exact
creaturely life: the life utterly exposed, utterly abandoned to the state of exception

which is a photograph

definitions ought to
the natural history of modern life is already a history of sexuality

definitions:
The phantasm of the reader-interpreter as soverign. What we get instead is an open and infinite field of encounter in which there is no "place", no detail, no aspect of the work to which you are not called upon to respond, though you are not thereby held responsible for a final and definitive meaning of the work as whole.

post-memory: a term coined by Marianne Hirsch to capture the peculiarities of the memory of events that hover between personal memory and impersonal history, events one has not lived through oneself but that, in large measure through exposure to the stories of those who did experience them, have nonetheless entered into the fabric of the self. In the second half of the chapter I turn to the status of sexuality...

hierogplyphs
mouths in photographs: hands

--crg

Friday, December 14, 2007

FORMAS DE ESCRITURA CIBERPROCESUAL




Me habían dicho que me invitaban a impartir un taller de escritura, pero en realidad se trataba de un secuestro (en Tamaulipas las cosas son así, me explicaron luego). Habitaciones cerradas. Muros infranqueables. Murmullos bajo las puertas. Bocadillos robados. Botellas de algo. ¿Y qué puede hacerse en situaciones tan extremas sino escribir sin pausa sin descanso sin pensarlo siquiera? La huella de todo eso en: El libro de las percepciones: Victoria I.

--crg

Tuesday, December 11, 2007

DURAS, LA UR-BLOGGER

Para escribir. Para escribir no como lo había hecho antes. Sino para escribir libros que yo aún desconocía y que nadie había planeado nunca.

No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro.

Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad.

Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que llegar a percibir; todo escribe, la mosca, la mosca escribe, las paredes.

La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.

ESCRIBIR ES INTENTAR SABER QUÉ ESCRIBIRÍAMOS SI ESCRIBIÉSEMOS--SÓLO LO SABEMOS DESPUÉS--ANTES, ES LA CUESTIÓN MÁS PELIGROSA QUE PODEMOS PLANTEARNOS. PERO TAMBIÉN ES LA MÁS HABITUAL.

en Marguerite Duras, Escribir (Barcelona: Tusquets editores, 1994).

--crg
ESCRITURA PROCESUAL

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Me pregunta Paul Fallon, autor de “Negotiating a (Border Literary) Community on line en la línea” y profesor de literatura en la Universidad de Carolina del Este (atinadamente, y entre paréntesis, me pide que no le haga preguntas acerca de las divisiones geográficas de su estado) sobre el destino, si es que tuvo alguno, de la blogsívela que escribí en el año 2002, como parte de Words Are the Very Eyes of Secrecy, el blog que abrí en aquel entonces. Dice (palabras más, palabras menos): “asigné en mi clase el ensayo suyo sobre su blogsívela y también los primeros dos meses del blog. Resulta que ya no existen los textos que el ensayo menciona. Por eso, mi pregunta es: ¿qué pasó con estos textos, y más allá de eso, con la idea de escribir ´sin borradores, sin correcciones´?”. Por fortuna, el profesor Fallon aclara que “no se lo pregunto como crítica sino como manera de entender qué hace Ud. ahora en su desarrollo de la escritura-en-proceso (¿se trasladó al blog “vamp”?) y para pasarles esta información a mis estudiantes”.

Sucede que, en efecto, hace algunos años, cuando abrí mi primera bitácora electrónica, decidí convertirla en una novela. Las causas eran prácticas y teóricas. Por una parte, estuvo el incontrovertible hecho de que la blogescritura se transformó, desde el inicio, en una adicción. La imagen que utilizo para explicar el proceso es la siguiente: es como poner a un niño en una tienda de dulces: todo gratis: todo a la vez. Escribía ya de manera constante, ciertamente, pero no escribía entonces todo el tiempo. Ese todo debe ir, naturalmente, en itálicas. La escritura en el blog constató algo que ya sabía que pasaba pero que me gustaba ignorar: la realidad, al menos la mía, sólo era posible a través de, en, dentro de, la escritura. Saberlo a ciencia cierta, saberlo con todas las pruebas en la mano, me ocasionaba, al menos, ansiedad. De ahí que a pocos meses de dar inicio con una forma de escritura cuyas consecuencias apenas empiezo a vislumbrar en fechas recientes decidiera darle forma, una forma familiar, a esa otra forma de escritura. Comencé, así, una novela.

Las razones teóricas eran diversas también. Me interesaba entonces, como me sigue interesando ahora, trabajar dentro del terreno de la escritura–en-proceso–-una serie de ideas generadas en ámbitos tan variados como las artes visuales y la teoría pura que cuestionan, entre otras cosas, la relación entre el objeto y el sujeto de la práctica creativa, la relación de esa práctica con el espacio y el tiempo en que se genera, la noción misma de producto acabado, así como la teleología que lo funda: esa idea de que el “producto acabado” iba a ser “naturalmente” como aparece al final. El afán, se entiende, era y es un afán crítico. Quería que la escritura pudiera concentrar en sí el estado de emergencia que, de acuerdo a Walter Benjamin, caracteriza bien a la realidad, y quería, además, que se notara. Quería que la escritura lo abarcara todo, que lo desbordara todo y que no hiciera “como si” eso no estuviera ocurriendo todo el tiempo. No me interesaba el tipo de libro que se propone reproducir la realidad, sino aquel que en total inconciencia y puro placer se planteara la posibilidad, con una cierta utilización de las herramientas propias del oficio, de producirla.

De todo eso surgió, pues, la novela que, con el paso del tiempo (que es otra manera de decir con el paso de los posts) tuve que empezar a denominar la blogsívela. Me explico. El tema, como suele ser el caso de la blogescritura, era la vida cotidiana: el aquí y el ahora en perpetua exploración de su propia forma. Sin referencias geográficas explícitas, la blogsívela estuvo, así entonces, enraizada firmemente en el lugar y la hora de su producción: la frontera más izquierda del país. El cruce. Los personajes, lejos de representar algo ajeno de sí, lejos de ser parapetos de otra cosa, fueron siempre construcciones textuales que resultaban de las interacciones con las personas implicadas en la producción del siguiente post. El cruce. La anécdota, en lugar de ser la ruta más o menos flexible que autoriza un autor, fue formándose en los vínculos que el lector iba generando en su lectura cotidiana. El autor, en este sentido, siempre fue un lector. Lo que pasaba en el texto era, sin duda, el texto mismo: el texto en su sentido más apegado a la materia del texto. El texto material y el texto más humano. El texto que se negaba a revelar (en el sentido de andar balconeando a “su contenido”) y se proponía velar, sí-velar, es decir, escribir, cualquier cosa que no fuera él mismo.

No pude seguir escribiendo eso (sorry, profesor Fallon, las mudanzas, los horarios, las pesquisas). Pero todas estas cosas que ahora menciono (y todas las otras que no menciono) se han ido trasminando como prácticas cotidianas de escritura en textos variopintos. Tres nociones como punto de partida: 1) la noción de un libro permanentemente abierto que, apegado a la materialidad del lenguaje, produce, en efecto, una realidad que, siendo en sentido estricto ésta, es, siempre, otra; 2) la noción de que la responsabilidad del autor es vaciar tanto como sea posible las formas familiares para que las conexiones internas de un libro se conviertan en la responsabilidad del lector, es decir, en su entera implicación; 3) la noción de que un libro es el capítulo del otro libro que la escritura escribe a través del autor.

--crg

Friday, December 07, 2007

MARGUERITE PORETE, My Mirror

During my inquisition,
which ran from first of March to last of May 1310,
I heard 33 questions
from the papal inquisitor,
William of Paris,
who had gathered ten doctors of law and ten theologians
to consult against my book
(my Mirror)
because it contained readable chapters in prose and verse
not to say
errors of heresy! death! sin!
wherefore,
to each of the 33 questions,
notwithstanding they were lively and virtuous questions,
concoted surely by learned men,
who put them to me again and again,
day after day,
worded this way and that way as if I were someone not listening--
to each of these questions I say
I returned
the same glass answer.

I answered nothing.

"Aria of a Trial [sung by Marguerite]", in Decreation (an Opera in Three Parts), Anne Carson, Decreation. Poetry. Essays. Opera (Canda: Vintage, 2005), 215.

[Nothing is known of Marguerite Porete's background or origin. She appears like a stain on the air of medieaval theology about 1296 as author of a book called Le Mirouer Des Simples Ames Anienties Et Qui Seulement Demourent En Vouloir Et Desir D'Amour. (The Mirror of Simple Souls Annihilated And Those Who Only Live in Longing and Desire of Love) which provoked the wrath of the papal inquisition because of its form as well as its content. For Marguerite wrote her Mirror in vernacular French--not in Latin, which was the official language for thinking about God. When she was instructed by the Church to stop disseminating her ideas this way Marguerite refused. When she was arrested by the Inquisition and told to answer questions about her amazing, inebriated book, Marguerite refused. When she was required by the Inquisition to vow she would not teach or publish ever again, Margeurite refused. When she was ordered to recant her refusal on pain of death Marguerite refused. Marguerite's trial for heresy took place during the spring of 1310. At noon on June 1st of that year she was burned to death in the public square of Paris].


--crg

Thursday, December 06, 2007

Tuesday, December 04, 2007

DECEMBRISTA

[en la Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Cada año escucho las mismas quejas en contra de diciembre: el frío, la comercialización, la dictadura de la familia, el falso sentido de lo que termina y de lo que empieza. La impostura de diciembre. La falsedad de diciembre. Los rituales interminables de diciembre. Se supone que ésas y otras cosas producen crecientes grados de depresión que, en algunos casos extremos, hasta llevan a más de uno al suicidio. Aunque siempre he sido respetuosa de las depresiones tanto propias como ajenas, mi proclividad a defender causas perdidas me conmina a iniciar un movimiento en defensa de este mes tan vilipendiado.

Vamos, gente

Estamos (o estamos por estar) de vacaciones: después de largos trechos sin respiro, el doceavo mes se aparece así, como de la nada (que según Novalis era de color azul) con hasta 15 días de descanso. Se trata de días que ponen a la madrugada de cabeza: de haber sido el inicio de tantas jornadas laborales, ahora se convierte en el fin de sesiones sin cautela. Son días sin otro horario más que el aguante del cuerpo o el humor de la plática o el sabor de los postres (y de los vinos de postre, claro está). Se trata de días estructurados alrededor de la más básica socialidad. Imposible desconocer en diciembre que el otro es, efectivamente, tu inv/fierno.

Diciembre es, además, un mes de excesos. Y nada como el exceso para complacer el muy superlativo sentido de la existencia de los Big Drama Queens del mundo (que somos bastantitos, dicho sea de paso). Detrás de cada puerta que tocamos hay una o más fiestas, especialmente desde el 12 de diciembre (día que en México se celebra a la Virgen de Guadalupe) en el no por mítico menos real inicio de ese tradicional maratón de posadas y reuniones varias que nos llevará, con algo de suerte y otro tanto de condición física, hasta el 6 de enero, día en que se celebra la aparición de Melchor, Gaspar y Baltasar (aunque en realidad, habrá que decirlo, de los juguetes que cargan en sendos caballo, elefante y camello) sobre todo en el centro de este país (aunque ya puestos en esto, hasta es posible que arribemos con vida, con tamales y todo, al día de la Candelaria el 2 de febrero). Nadie escatima un traguito de algo en estas fechas: del ponche con piquete al tradicional tequila, del mescalito entre amigos a la celebratoria champaña. Nadie le niega un taco, ni siquiera de ojo, al prójimo. Basta con presentarse a eso de la hora de la comida (y en diciembre todas las horas son horas de comer) para que le toque a uno un bocadillo de esto o de lo otro. Y más de uno dará fe junto conmigo del sabor divino, del sabor de otro mundo, del recalentado.

Habrá que tomar en cuenta que el frío propio de la estación contribuye a promover la sentimentalidad más artera y los abrazos más disímbolos. En diciembre no hay que tener justificación racional alguna para apapachar (o dejarse apapachar) por ese prójimo que ya andaba echándose uno que otro taco de ojo en el párrafo anterior. Además, ya sea por puro compromiso o por ceder a los embates del comercio o por genuino gusto (o por el sereno), hay objetos y prácticas y gestos que se dan, y objetos y prácticas y gestos que se reciben en estos días. Sea cual sea la causa, el tamaño o el costo, hay regazos que se iluminan con la presencia de eso que, con suerte, con algo de cariño o solidaridad, ha dejado de ser mera mercancía.

Por último, y esto va especialmente para escritores, con el pretexto del fin del año, todo mundo hace gala de sus dotes narrativas. Ya sea convocados por el ciclo que se cierra o presionados por prácticas religiosas o respondiendo a las vicisitudes de la secular culpa, a hombres y mujeres de toda índole les da por hacer recuentos (aunque sea de daños) y, como se sabe, muchos de ellos inician con el “érase una vez” que abre todas las puertas de los relatos. De igual manera, con el pretexto del nuevo año, no es raro que a todos nos dé por echarnos un clavado en esa gran alberca de la ficción colectiva. Los propósitos. Lo ahora sí haremos. Lo que seremos. Los avatares de la imaginación, con frecuencia exaltada.

Y, por sobre todas las cosas, coronándolo todo de hecho, ahí está esa luz invernal ante cuya indescriptibilidad me rindo por completo. Tal vez sea poco, pero a mí me basta. Me sobra, en realidad. Así que esta decembrista declarada lo declara nada más por declararlo: ¡que viva diciembre!

--crg