Thursday, July 29, 2004

CO-RRESPONDENCIA
 
¿Y podremos algún día leer, en el mismo libro, las cartas de Franz y las cartas de Felice? (Después de todo se trataba de una co-rrespondencia, no de una respondencia, ¿no es así?)
 
--crg

Wednesday, July 28, 2004

LA IMPORTANCIA DE SER EXTRANJERA
 
Al final de la introducción de Reflections on Exile and Other Essays, Edward Said asegura, con su usual inteligencia política, con su usual claridad, que "ningún regreso al pasado sucede sin ironía, o sin la sensación de que un regreso total, o una repatriación, es imposible". Yo añadiría: no sólo es imposible sino que también es indeseable.
 
Un regreso nunca es un regreso al punto de partida--ni geográfica ni emocionalmente--y, en este sentido, un regreso sólo es un regreso a medias. De hecho, un regreso es, a final de cuentas, una forma de irse a otro lado. Otra forma de desviarse.

Al igual que la sexualidad o el género, la relación con el lugar--especialmente con el así llamado lugar de origen--no está signada por la posesión, sino por la desposesión. Es decir, el lugar-del-que-soy me desposee de mí y, como argumenta Judith Butler, al exponer "lo que desconozco de mí", efectivamente "hace visible la marca inconsciente de mi primera socialidad." No regreso al lugar-de-origen, luego entonces, para reconocerme, sino para volverme un enigma. Para solicitar un convertirse-en-otro. Para irme a otro lado. Para desviarme de mí.
 
--crg      

Friday, July 23, 2004

LA FUNCIÓN ANTI-EXPRESIVA DEL LENGUAJE
 
Aquí, debajo de la pesada materialidad de estas palabras, hay un post. La función de este post no es revelar ni ilustrar ni comunicar algo. Este post es, luego entonces, post-expresivo.
 
La función de este post es proteger del ojo ajeno, del entendimiento ajeno, de la estructura ajena, el contenido del post. 
 
De existir, el contenido de este post sería completamente secreto y, en cuanto tal, intransferible. Este post quiere mantener su distancia (ya sea exacta o inexacta).
 
Este post existe sólo en tu fantasía.
 
Tú eres el productor de este post. 
 
--crg  

LA ANÉCDOTA EN ESTADO PURO

[Publicado originalmente en la sección "Hasta Atrás" de Día Siete, No. 210]
 
Viajo con frecuencia desde este lugar en las Tierras Altas a la Gran Ciudad de México. Como manejar es una actividad que de verdad me amedrenta, la mayoría absoluta de estos trayectos los llevo a cabo en autobuses que, obedeciendo a la muy contemporánea ley de anti-silencio y la denodada dictadura de la imagen, van equipados con cuatro o seis televisores por unidad. Así, aunque lleve libros o trate de concentrarme con desmesurada disciplina en los acontecimientos del paisaje, siempre termino por doblegarme ante esas ventanitas de colores donde personas que no están me dicen cosas que alguna vez estuvieron. He visto de esta manera películas por las que jamás pagaría un boleto en cine alguno o que de ninguna manera rentaría en tiendas de video: comedias del más atroz cine norteamericano o flicks seudo-porno con no menos de tres muertos por escena. También he visto, sin embargo, pequeñas joyas del cine ruso o filmes de lejanas ascendencias orientales que no he podido hallar en ningún otro lado.

Todo esto lo digo a medias porque, como no abordo el autobús en la estación de salida y el trayecto no toma más de 40 minutos, no veo los principios de las películas y también me pierdo sus finales. Nunca sé, por ejemplo, los títulos de las mismas y, como no alcanzo a ver la usualmente larga lista de créditos, tampoco tengo idea alguna de quiénes participaron en su manufactura. Sin inicio o, lo que es lo mismo, sin contexto, y también sin final, mi relación con las películas de estas extrañas salas en movimiento se ve reducida a la parte de-en-medio de la historia: la anécdota, si eso existe, en estado puro. Lo que usualmente veo entre las Tierras Altas y la Ciudad de México es, ni más ni menos, el conflicto aristotélico en su acepción más radical y más fragmentada. Sin antes, sin después, detenidas en su propio e irresoluble clímax, esta pedacería de imágenes alcanza grados de intensidad que pocas resoluciones igualmente aristotélicas pueden igualar.

Ver únicamente la parte de-en medio de estas películas no es un acto inocente o sin consecuencias. De hecho, me temo que esta costumbre no elegida ha trastocado mi manera de percibir la realidad y de relacionarme con el mundo. Sospecho, por ejemplo, que esta manera absurda en que me sorprenden las historias que me pasan (y digo esto en el sentido más divino de la palabra pasividad) tiene algo que ver con las anécdotas-en-estado-puro de mis viajes al Centro. Con mucha frecuencia me pierdo, quiero decir, los inicios de mis propias historias, viéndome sorprendida por el conflicto aristotélico de maneras no por inesperadas menos cómicas. Intensas como solo pueden serlo las cosas sin contexto, con ese aire de súbita irrupción que es fácil asociar a los milagros, las parte-de-en-medio pronto me provocan o incomprensión o miedo. Por eso, también con mayor frecuencia cada vez, suelo dejarlas a medio hacer, justo antes de que empiece el desenlace. La distracción, esa malformación genética que padezco, ha tenido mucho que ver con la facilidad para no estar ahí en los principios. La prisa, o mi sesudo rechazo a la mera posibilidad del aburrimiento, me ayudan a entender por qué no me cuesta trabajo desaparecer un poco antes de la debacle o de lo real (lo que acontezca primero). Pero, sin la intervención de las películas cortadas, sin su material manera de encarnar algo que, antes de que ellas existieran en mi vida, era apenas una sospecha o una aspiración, ni la distracción ni la prisa me habrían ocasionado esta adicción por la anécdota en estado puro que me empuja a ir de una cosa a otra en mi vida de todos los días. 

Asumo que estar ausente en el principio y en el final de mis propias historias tendrá repercusiones que todavía no imagino. Supongo que alguna vez tendré que pagar el precio. Mientras tanto, justo como me acontece frente a las películas en pedazos, voy de día a día sin mucho hilo narrativo, desestructurándolo todo a mi paso, cuestionando la misma noción de sentido o de totalidad. 

 
--crg   

Thursday, July 22, 2004

THE WAY BACK (IN ADS)
 
On Adams st.: Un especialista le ayudará a encontrar el camino a su casa.
(In Spanish, the original).
 
On Washington ave.: Fax and telephone for customers. Welcome. Inquiere inside about.
(right on corner)
 
On Highway 5: Paying bills online. It´s free!
(hanging from bridge).

On Camino de la Plaza: Mexico only. No USA return.
(right before my eyes).

On border: PASE.
(big bright denotative green letters).
 
--crg

Tuesday, July 20, 2004

PUNTO, LÍNEA
 
Del poeta y ensayista Hernán Bravo sobre las relaciones (imposibles) (cómicas) (irreversibles) (absurdas) (ricas) entre la narrativa y la poesía.
 
"* 
Si acordamos que la línea es la prosecución del punto, cada poema —y, antes bien, el verso— es punto (siempre aparte, nunca final) puesto en el plano abierto de la página. La línea —el cuento o la novela— es la ucronía, la irrealización concreta de un más allá del punto.
 
 

Aun en la prosa menos denotativa (es decir, aquella cuya virtud central descansa en no estar animada por un puro deseo narrativo), cancela, por el paisaje de grafías que exhibe en el lienzo, cualquier espíritu primario de connotación. 
  
 

Si el poema canta, y su canto puede ser escuchado todavía por el lector, es porque la voz poética lanzada rebota intermitentemente en el blanco muro de silencio que el verso tiene frente a sí. 
Por ello es que el cuento o la novela raras veces canta. Para cuando el golpe de su voz toca el fin de la página, la música se ha desvanecido.
 
 

Que lo poético y lo narrativo son temperaturas del lenguaje, es una infeliz suposición posmoderna; el numen poético no puede descender jamás a condición de simple fenómeno o temperatura. El frío o el calor, además, posee objetos que lo registran. Para ello el poema tiene a la mano, casi siempre, el verso y la estrofa (y el cuento o la novela, la línea y el párrafo). La sola piel distingue entre el calor y el frío, pero la distinción meramente sensitiva nunca podrá sustituir la exactitud del marcaje de un termómetro. 
La forma aclimata el huracán del lenguaje, en cuyo centro no hay frío ni calor, sino vértigo.
 
 

Texto, textura, textualidad. Cuán vagos nombres para hablar de una escritura que, de leer anónima, podría revelarnos su verdadera composición. Tanta abstracción para distraernos de la concretud de un poema en prosa o una novela lírica. Tantos términos puros para poder hablar del cruce, la contaminación o el préstamo de géneros.
 
 

Tanto la poesía como la narrativa tienen un déficit de épica. A partir de las vanguardias literarias del siglo pasado, su único héroe es el lenguaje en grado cero. Ambos géneros, poesía y narrativa, siguen disputándose rabiosamente la mitad más viva de ese héroe partido en dos, increíble antagonista de sí mismo. Sus ojos, separados ahora, sólo pueden recordar con lástima y nostalgia la última vez en que ambos contemplaron la misma hazaña a un mismo tiempo".

 
--crg

Saturday, July 17, 2004

LOS LIBROS, INVEROSÍMILES
 
El aspecto más interesante de un libro siempre será su inverosimilitud.
 
En el momento en que no puedo creer en el libro, es decir, cuando el libro no es ya una copia o una representación de lo real, cuando el libro no pretende atrapar la realidad sino escaparse de ella, en ese momento el libro se vuelve libro. Y entonces, en tanto libro, lo leo no para creerle sino para que me haga des-creer.
 
El libro inverosímil trasgrede preceptos de inteligibilidad ajenos a sí mismo e impuestos por un principio de realidad que es a la vez autoritario y temeroso. El libro inverosímil es, por eso y a menudo, ininteligible. Y lo es no por un afán principista de oscuridad ni por un no tan secreto elitismo tardío, sino por la lúdica distracción o la rigurosa irreverencia que lo llevan a producir cosas increíbles.
 
El libro inverosímil provoca un ah de desconcierto que en mucho se parece al ah del placer.
 
El libro inverosímil real-iza lo que hasta ese momento era considerado como irreal. En este sentido, el libro inverosímil expande el sitio de lo posible y el horizonte de lo probable.
 
Porque me hace cuestionar no sólo lo que veo o lo que oigo sino también lo que me permito ver y oír, el libro inverosímil es profundamente filosófico.
 
Mal comportado e irrespetuoso, a menudo desaliñado, siempre con el gesto adusto o ligeramente burlón del descreído, el libro inverosímil es un invitado incómodo.
 
El libro inverosímil es un verdadero pleonasmo. 

--crg

Friday, July 16, 2004

LA VIDA PRECARIA: JULIO 16
[In Memoriam]

 
We are undone by each other. And if we´re not, we´re missing something.
Judith Butler.
 
En “Violence, Mourning, Politics”, uno de los ensayos que componen Precarious Life. The Powers of Mourning and Violence (New York: Verso, 2004), el libro más reciente de Judith Butler, la autora explora, con su consabida inteligencia, con su consabida preocupación política y rigor filosófico, las funciones del duelo en un mundo atravesado por manifestaciones punzantes y masivas de creciente violencia. El evento que desata la preocupación de Butler no es sólo el 9/11, como son conocidos los ataques a las torres gemelas en Estados Unidos, sino la manipulación política, especialmente la de corte bushiana, que se ha propuesto transformar la rabia y el dolor, es decir, el duelo público e internacional, en una guerra infinita contra un Otro permanentemente deshumanizado. De ahí que Butler inicie este ensayo, y lo termine también, con una reflexión acerca de lo humano que, en estas páginas pero también fuera de ellas, se transforma en una pregunta que por concreta no deja de ser enigmática: ¿Qué es lo que hace que ciertas vidas puedan ser lloradas y otras no? La respuesta, por supuesto, no es sencilla. Aún más: la respuesta invita, de hecho, obliga, a entrecruzar y contraponer, lo que ocurra primero, los elementos más íntimos y, por ende, los más políticos de nuestras vidas.
 
Para entender la dinámica del duelo, Butler propone primero considerar la central dependencia que vincula al Yo y al Tú. Más que relacionales, un término que, aunque adecuado y usual, parece bastante aséptico en este caso, Butler describe a esos vínculos de dependencia, a esas relaciones humanas, como relaciones de des-posesión, es decir, relaciones que están basadas, en un acuerdo más que tácito con el pensador Emmanuel Levinas,  “en un ser para otro, en un ser en tanto otro”. De ahí que la vulnerabilidad constituya la más básica y acaso la más radical de las condiciones verdaderamente humanas y que sea imperioso no sólo reconocer esa vulnerabilidad a cada paso sino también protegerla y, aún más, mantenerla. Perpetuarla. Sólo en la vulnerabilidad, en el reconocimiento de las distintas maneras en que el otro me desposee de mí, invitándome a desconocerme, se puede entender que el Yo nunca fue un principio y ni siquiera una posibilidad. En el inicio estaba el nosotros, parecería decir Butler, ese nosotros que es la forma más íntima y también la más política de acceder a mi subjetividad.
 
El duelo, el proceso psicológico y social a través del cual se reconoce pública y privadamente la pérdida del otro, es acaso la instancia más obvia de nuestra vulnerabilidad y, por ende, de nuestra condición humana. Cuando nos dolemos por la muerte del otro aceptamos por principio de cuentas, ya sea consciente o inconscientemente, que la pérdida nos cambiará, acaso para siempre y de formas definitivas. “Tal vez el duelo tenga que ver con aceptar esta transformación”, dice Judith Butler, “(quizá uno debiera decir someterse a esa transformación) cuyos resultados completos son imposibles de conocer con anticipación.” Porque si el Yo y el Tú están vinculados por esas relaciones de des-posesión, la pérdida del otro  nos “enfrenta a un enigma: algo se esconde en la pérdida, algo se pierde en los descansos mismos de la pérdida.” La pérdida, acaso tanto como el deseo, “contiene la posibilidad de aprehender un modo de des-posesión que es fundamental a lo que soy [porque es ahí] que se revela mi desconocimiento de mí, la marca inconsciente de mi socialidad primaria”. Al perder al otro, luego entonces, “no sólo sufro por la pérdida, sino que también me torno inescrutable ante mí mismo”. La virtud del duelo consiste, entonces, en posicionar al Yo no como una afirmación y ni siquiera como una posibilidad, sino como una manera de desconocimiento. Un devenir.
 
Butler mantiene, o quiere creer, que reconocer estas formas básicas de vulnerabilidad y desconocimiento constituye una base, fundamentalmente ética, para repensar una teoría del poder y de la responsabilidad colectiva. Cuando no sólo unas cuantas vidas sean dignas de ser lloradas públicamente, cuando el obituario alcance a los sin nombre y los sin rostro, cuando, como Antígona, seamos capaces de enterrar al Otro, o lo que es lo mismo, de reconocer la vida vivida de ese Otro, aún a pesar y en contra del edito de Creon o de cualquier otra autoridad en turno, entonces el duelo público, volviéndonos más vulnerables, nos volverá más humanos. Este tipo de marco teórico, dice ella, podría ayudarnos a no responder de manera violenta al daño que otros nos infligen, limitando, a su vez, las posibilidad, siempre latente, del daño que ocasionamos nosotros.
 
Mejor conocida por su reveladores argumentos sobre identidades genéricas como condiciones inestables y performativaas, Judith Butler explora en este libro la posibilidad de una ética de la no violencia que no es ni new-age ni principista ni rígida. Personal, íntima, apasionada y, al mismo tiempo, rigurosa y austera en sus argumentaciones, Judith Butler ha escrito uno de los libros más compasivos e inteligentes sobre el dolor y la justicia en el mundo contemporáneo.
 
Y termino ahora como termina Butler uno de sus ensayos, diciendo: “eres lo que yo gano a través de esta desorientación y esta pérdida. Así es como se hace lo humano, una y otra vez, en tanto aquello que todavía no conocemos”. 
  
 --crg

Tuesday, July 13, 2004

ER-RATA

Seguramente salió corriendo a toda prisa sin volver la vista atrás. Iba ebria o enamorada o pensando en la inmortalidad del cangrejo o algún otro misterio pitagórico. En todo caso, cuando avizoró los faros del auto (todo esto seguramente pasó de noche) fue demasiado tarde. Cuando yo la encontré días o meses después (imposible saberlo a ciencia cierta), ya no era una rata sino una er-rata sobre el pavimento de esa larga oración que es la calle citadina.

--crg

Saturday, July 10, 2004

ESCRITURAS COLINDANTES

En la vida como en la escritura, lo verdaderamente interesante ocurre en las colindancias--esos espacios volubles donde lo que es no acaba de ser y, lo que no es, todavía no empieza. Lejos de tratarse de espacios armónicos donde lo distinto se intercambia, creando la posibilidad de una síntesis, estas colindancias son espacios de choque donde, como diría Slavoj Zizek en Organs Without Bodies. On Deleuze and Consequences, sólo se escucha “el eco del impacto traumático”. Me interesa, en todo caso, la conmoción del encuentro, la tensión que lo genera y que lo sostiene, más que le resolución, siempre ficticia, con la cual se trata de disminuir el peso de lo diferente, lo disármonico e, incluso, lo incompatible. En tanto concepto, luego entonces, la colindancia no es semejante a la hibridación. La colindancia no es una combinatoria. No es una nueva forma de fijación. No salva.

Una escritura colindante no ocurre, no puede ocurrir, en un género literario específico. Justo como los “ilegales” que cruzan fronteras fuertemente vigiladas, las escrituras colindantes ponen de manifiesto la extrema porosidad de los límites establecidos por los así llamados poderes literarios. Una escritura colindante es, en este sentido, una lectura (en tanto práctica interpretativa) política de lo real.

La producción de líneas de fuga, que son en realidad agujeros por donde se extravía el sentido original de las cosas, se lleva a cabo a través de la utilización de elementos propios de un género dentro de la silueta o demandas de otro--una utilización (que es una forma de agencia social y cultural) ciertamente tergiversada y por necesidad lúdica, es decir, crítica. Hay una colindancia, por ejemplo, cuando un verso se inscribe dentro de la estructura de una novela o cuando un párrafo juega funciones importantes dentro de un poema, pero siempre y sólo antes de que la primera se vuelva una prosa poética o el segundo un poema narrativo. Hay una colindancia, luego entonces, mientras se escuche el eco de ese “impacto traumático” cuya mera existencia es señal de que la resolución o síntesis redentora, el nuevo orden, la nueva reorganización del territorio y sus sistemas de vigilancia, no ha llegado.

Las escrituras colindantes son la osteoporosis de un esqueleto literario al que le falta calcio.

En un juego de identificaciones sucesivas sería necesario admitir que lo más interesante (y lo más interesante siempre es más decisivo que lo más correcto o lo más verdadero) de la poesía ocurre en la narrativa. Lo más interesante de la narrativa ocurre en la poesía. Lo más interesante, en suma, como se sabe, es siempre lo otro.

Una escritura colindante titubeará, como alguna vez lo dijo Kafka, con la mayor contundencia posible.

Dice Deleuze: Hay que escribir de una forma líquida o gaseosa, precisamente porque la percepción normal y la opinión ordinaria son sólidas, geométricas.

Una osamenta pluvial. Una estructura arenosa. Una osteoporosis. Una enfermedad. Una fuga permanente. Una manera de no estar.

--crg

Friday, July 09, 2004

EL EDIFICIO QUE ESCRIBÍ

Cuando vivía en Otro Lado solía escribir historias que se desarrollaban Aquí. Se trata de textos que, en su conjunto, debieron haberse llamado Nostalgia, aunque algunos, efectivamente, lo fueron. Construía personajes inverosímiles (que son, en mi opinión, los únicos que valen la pena de ser construidos) y describía (guiada por la más artrera imaginación) detalles acaso fantásticos del paisaje. Así, o más o menos así, surgió el parque en uno de cuyos costados se erigía el edificio donde vivían Alvaro y Fuensanta—la pareja que sostiene, con sus dos brazos en alto, el título de “El hombre que siempre soñó”, uno de los cuentos de Ningún reloj cuenta esto.

Yo, por supuesto, no me acordaba de todo esto sino hasta hace un par de días cuando, en uno de esos arrebatos caminadores que me atacan con cierta frecuencia a últimas fechas, descubrí que me encontraba en el parque del cuento. Lo primero que levantó mis sospechas fue el diseño geométrico de los jardines--demasiado rígidos en su trazo; demasiado disciplinados; demasiado pensados, se me antojaba, sin placer. Y ahí estaba también, obvia hasta el hartazgo, la selección de las plantas: las azucenas en colores pastel y las enormes hojas elegantes, los lánguidos sauces y los tristísimos eucaliptos. Había niños, claro está. Y parejas. Y vendedores de globos, papas fritas, paletas. Algo en la manera en que todo esto se me aparecía como escenografía, como mera representación de lo real, me obligó a avanzar hacia las afueras del parque. Iba algo nerviosa y, por eso, caminaba, para entonces, más aprisa. Fue ahí, en medio de ese trance, que lo vi. Vertical como una daga y de cara al parque, el edificio que escribí alguna vez era, a todas luces, material.

Me detuve frente a él, desconcertada. Conté el número de pisos y, así, supe que todavía sabía contar hasta el trece. La terraza. El ventanal. La cortina que, en suave movimiento, indicaba la existencia del aire. Una huella. Una ondulada concavidad. Alvaro no estaba ahí, recargado sobre el barandal, observando con melancolía las frondas de los árboles, pero bien pudo haber estado. La voz de Fuensanta no lo llamó desde dentro. La mirada de Mariana, esa niña monosilábica, no atravesó el cielo. Nada de eso pasó, es cierto. Pero bien pudo.

Pero bien pudo.

Supongo que la explicación lógica es que, alguna vez, en eso que ahora me da por llamar Mi Pasado, pasé por ahí y guardé, en el inconsciente que no es un teatro sino una fábrica, una máquina productiva, la imagen del parque y del edificio y que, luego, la escritura los recompuso en otro lado. De otra forma. Todo A Su Manera. Pero esto, por plausible, me parece un verdadero desacato. Una excelsa puerilidad. Frente al edificio que escribí, como ahora frente a la pantalla, me digo, con suma convicción, con una convicción acaso inenarrable, que el texto produce no sólo significado sino también significante. Y luego me río, por supuesto. Y luego pienso que, de ahora en adelante, caminaré por la ciudad atenta a descubrir las distintas maneras en que el texto ha sido capaz de imaginar, materialmente, a la realidad.

Los mantendré al tanto.

--crg

Thursday, July 08, 2004

¿POR QUÉ NO TENDRÍA DERECHO A HABLAR DE MEDICINA SIN SER MÉDICO SI HABLO DE ELLA COMO UN PERRO?

Tenía tiempo de no leer a Deleuze. Recuerdo haberlo hecho por primera vez hace bastantes años cuando, convencida por los mismos Deleuze y Guattari, quiénes argumentaban que el Anti-Edipo era una lectura especialmente dirigida a lectores de entre 15 y 20 años, me aventuré en sus páginas como quien se prepara para un largo viaje. Un viaje sin regreso.

La casualidad o la coincidencia (que se trata de cosas distintas) lo traen ahora de regreso a ese sin regreso que es todo viaje verdadero.

No sé qué me llevó a elegir, de entre todos, el libro de las Conversaciones de Gilles Deleuze, pero sí sé qué me detuvo ahí, entre estupefacta y alegre, con la extrañeza de un lejano reconocimiento como otra-otro, dentro de los vericuetos argumentativos de su "Carta a un crítico severo". Poco importan en realidad las acusaciones de estancamiento y atraso que blande contra él el crítico que, después de escribir un libro sobre Delueze, planea su propio desmoronamiento. Poco importan, digo, porque el desmoronamiento, el flujo constante, la incertidumbre y la imporbabilidad son todos términos caros al pensamiento deleuziano. Importan, en cambio, las súbitas síntesis que aparecen ahí sobre el trabajo en equipo, la lectura, la escritura, la crítica. Importa la máquina deseante que abre la boca. Importa la revitalización del deseo y del deseo, sobre todo, político.

Todo parte, dice Deleuze, del "placer que cada uno puede experimentar diciendo cosas simples en su propio nombre"--un propio nombre que no hay que confundir con el yo maniqueo y solipsista del relato confesional sino con la más radical despersonalización que sólo se consigue cuando el individuo se "abre a las multiplicidades que le atraviesan enteramente, a las intensidades que le recorren". Luego, al menos en su propia narrativa, está el encuentro. Del nombre-propio y el decir de las cosas simples al nombre-otro y el pensar, provocando, la realidad impensable del otro. Dice: "Después tuvo lugar mi encuentro con Félix Guattari, y el modo en que nos entendimos, nos completamos, nos despersonalizamos el uno al otro y nos singularizamos el uno mediante el otro, en suma, el modo en que nos quisimos". Y tal vez ahí, en esa escueta descripción de la dinámica de su trabajo en conjunto, de sus orígenes y sus fines, de su entrecruzamiento, se encuentre resumido ya el punto de partida de su idea de la lectura amorosa: "Esta manera de leer en intensidad, en relación con el Afuera, flujo contra flujo, máquina con máquina, experimentación, acontecimientos para cada cual que nada tienen que ver con un libro, que lo hacen pedazos, que lo hacen funcionar con otras cosas, con cualquier cosa". Porque, a fin de cuentas, también esto lo sostendrá Deleuze en su carta al crítico severo, "escribir es un flujo entre otros, sin ningún privilegio frente a esos otros, y que mantiene relaciones de corriente y contracorriente o de remolino con otros flujos de mierda, de esperma, de habla, de acción, de erotismo, de moneda, de política, etc".

En contra de los pensamientos que aspiran a convertirse en jueces de lo pensado, elitistas por vocación y jerarquizadores por mero instinto de réplica, autor-izadores por gracia del poder que buscan ejercer, si es posible con violencia, Deleuze pasa a apoyar el pensamiento que se hace en términos de incertidumbre e improbabilidad. Un pensar no especializado ni especializador; un pensar que busca el punto de fuga que es, con frecuencia, el punto del placer; un pensar que es un pensar-con-otro, en su contra, y de vuelta. Un pensar que no avanza en dirección a la identidad (yo soy esto) sino en contrachoque a la identificación (yo deseo ser lo otro). Y sí, en contra de los que piensan en términos del soy-esto, están las preguntas: ¿Por qué no tendría yo derecho a hablar de medicina sin ser médico si hablo de ella como un perro? ¿Por qué no podría hablar de la droga sin ser drogadicto si hablo de ella como un pájaro? ¿Por qué no podría inventar un discurso sobre cualquier cosa, incluso aunque se trate de un discurso completamente irreal o artificial, sin que se me tengan que reclamar los títulos que para ello me autorizan?".

Eso me pregunto yo hoy. El perro. El pájaro. El delirio.

--crg
LA SEGUNDA VEZ

Bajo la lluvia.

Sin pensar. Sin sentir. Sin dirigir.

Cantando: aquí me quedo: aquí.

Freno. Pedal. Cambio.

Te rebaso y me rebasas. Y nos rebasamos.

Casi chilanga (aunque no es para tanto).

Manejar en la Gran Mancha Urbana. Ayer. Por segunda vez.

--crg


Saturday, July 03, 2004

LA EDAD EXACTA

Justo como los libros que uno ha dejado a medio leer y luego retoma con el tiempo, al resgresar a una Ciudad de Su Propio Pasado uno empieza la lectura en la edad exacta en la que se quedó.

--crg

Thursday, July 01, 2004

WELCOME TO TIJUANA

sashimi de yellow tail
taco de marlin
queso-taco de camarón
tostada de pulpo
ostiones
ostiones bis

pastel de tres leches

mar color azul celeste

cielo color azul marino

--crg
EL LIBRO DE LOS POEMAS QUE NO HE ESCRITO

Escuché mi nombre en el altavoz del aeropuerto pero tardé un par de minutos en reconocerlo. Cuando finalmente lo identifiqué como mío, cuando me sentí ligada a ese nombre, cerré el libro que estaba leyendo y, como si me dispusiera a cumplir con una cita largamente aplazada, me dirigí a la cabina de sonido.

El hombrecillo que me miró detrás de unos pesados anteojos de carey volvió repetir el nombre con una sonrisa socarrona y un hastío difícil de ocultar antes de pedirme una identificación oficial. Se la dí sin preguntar nada. E, igual, sin preguntar nada, recibí luego un sobre de manila tamaño carta.

--Eso es para usted --dijo el hombre con el mismo hastío y la misma sonrisa. La eternidad encarnada.

Toqué el sobre pero no me atreví ni a verlo ni a abrirlo. Caminé por los pasillos del aeropuerto con el paquete bajo el brazo, tratando de no prestarle atención pero imposibilitada para pensar en algo más en realidad. Cuando lo abrí, lo hice sin pensarlo, en uno de esos pestañeos proverbiales por entre los cuales, a veces, se trasmina el mundo. Un acto intempestivo. Una verdadera irracionalidad.

Supongo que esperaba una bomba o una serpiente, algo peligroso e inusual, pero lo único que salió del anónimo sobre fue una libreta de tapas negras, bordes rojos y hojas cuadriculadas. Un objeto ciertamente entrañable, pero anodino. Lo abrí. Lo hojée. Pronto me cercioré que estaba vacío. Cuando cayó al piso la nota que decía "Aquí irían todos los poemas que no has escrito" recordé que muchos años atrás, en la ciudad que estaba dejando en ese momento, había comprado yo, en una tarde llena de viento y coronada de jacarandas, una libreta similar. El viento me obligó a cerrar los ojos. El aroma de las jacarandas me obligó a abrirlos. Entonces giré la cabeza y corrí de regreso a la cabina de sonido. Cuando pregunté por el hombrecillo de los anteojos de carey, la mujer que estaba frente al micrófono me miró como si le estuviera hablando en un idioma no reconocido por las Naciones Unidas.

--Pero si él me entregó esto hace unos minutos apenas --dije.

La mujer me vió de arriba a abajo y, con una sonrisa socarrona y un hastío difícil de ocultar, decidió ignorarme.

La invisbilidad me sentó bien. Así, vuelta un fantasma, regresé a la sala de espera arrastrando los zapatos. Me senté. Coloqué la libreta sobre mi regazo. La abrí una vez más.

--crg
LECTURAS AÉREAS

La tierra me abruma. Hay compromisos, deberes, personas, hijo, amigos, comidas, vino. La tierra es demasiado.

El espacio aéreo es el espacio de la velocidad y del silencio.
Hay paisaje. Hay languidez. Hay aislamiento.
Y el tiempo se mide por el número de páginas leídas. Todo es no-estar.
El cielo es poco.
Me gusta leer en el cielo.

--crg